La novela del petróleo

Una mirada al ensayo de Gustavo Luis Carrera. ganador del Premio Municipal de Literatura de Caracas en 1971, una excelente análisis retrospectivo sobre las obras y sus autores, a propósito de la explotación petrolera en Venezuela.

El desarrollo histórico del tema del petróleo en la novela venezolana encuentra un lejano punto de referencia en Lilia (1909), de Ramón Ayala, aparentemente el primer reflejo novelesco del gran tema, en ligeras menciones. Elvia (1912), de Daniel Rojas, ya representa una temprana y viva denuncia de las depredaciones yanquis en materia petrolera, con detalles sobre los procedimientos dolosos empleados por los invasores económicos para hacerse de tierras ricas en yacimientos.

Tierra del sol amada (1918), de José Rafael Pocaterra, presenta por primera vez la imagen del nuevo conquistador, estableciendo un paralelo entre el yanqui de ahora y el español del pasado. La bella y la fiera (1931) de Rufino Blanco Fombona, contiene el primer planteamiento político interno (gomecismo) y externo (imperialismo) del tema petrolero; por primera vez se revela una conciencia activa de la explotación de los trabajadores petroleros por parte de los grandes trusts internacionales; y del mismo modo es la primera y combativa presentación novelesca de una huelga petrolera y de la subsecuente represión con despliegue de tropa y de bestialidad asesina.
Cubagua (1931), de Enrique Bernardo Núñez, incluye referencias a la emigración de hombres sin trabajo o en la miseria hacia zonas petroleras; al antiguo petróleo de la isla de Cubagua; y a detalles de los cambios del aspecto físico y de la vida de las poblaciones que traería la explotación petrolera si se iniciase en gran escala en Cubagua. Odisea de tierra firme. (1931), de Mariano Picón-Salas, alude a la entrega de la riqueza petrolera nacional a los yanquis por parte del dictador Gómez, quien se ha enriquecido por ello junto con sus familiares y compinches; a los yanquis que se desplazan por todo el país con aire de aventureros y confianza de dueños; y por primera vez toca el tema de los abogados criollos de las Compañías, serviles asalariados dispuestos a colaborar en todo con los nuevos amos petroleros.

El señor Rasvel (1934), de Miguel Toro Ramírez, sin ser una novela petrolera en sentido riguroso, aparece como la primera novela venezolana que basa su trama –o lo fundamental de ella– en ambientes y asuntos vinculados al petróleo, en este caso las oficinas capitalinas de una Compañía, y en incluir aspectos financieros del tema y darles una proyección económica y política internacional al tratar de las fluctuaciones de precios regidas desde Estados Unidos, y del peligro de los excedentes y la consiguiente paralización de la explotación en Venezuela; de otra parte, sigue la línea de La bella y la fiera y de Odisea de tierra firme en referencias directas, con todas sus letras, a la expoliación del petróleo venezolano por parte de los yanquis. Mancha de aceite (1935), novela venezolana del autor colombiano César Uribe Piedrahita, es la primera novela petrolera propiamente dicha: toda su trama y su ambientación pertenecen a la vida en los campos petroleros de Zulia y Falcón, a partir de vivencias del novelista; y su significación es extraordinaria: penetración en las verdaderas bases y los sentidos ocultos del despojo petrolero diario de Venezuela; elevación a niveles culminantes de la actitud antiimperialista ya presente en Blanco Fombona, y del proceso rebeldía-protesta-masacre; visión interpretativa del problema petrolero, con acceso al sentido profundo de la realidad económica y política nacional e internacional; visión siempre interna del tema, a partir de las experiencias personales; proyección simbólica: el fuego que devora la mancha de aceite sobre el agua es el ascenso revolucionario de los trabajadores hacia el futuro; a fin de cuentas es la primera, más vigorosa y combativa novela del petróleo en Venezuela.

Mene (1936), de Ramón Díaz Sánchez, se caracteriza por su fuerza documental, viva, en el reflejo del petróleo y su trágico mundo, como en ninguna otra obra; su visión del tema es descriptiva (reflejo objetivo) y externa (no directamente vivencial); logra revelaciones sobre bases profundas de la realidad petrolera, pero de modo ocasional, sin actitud profundizadora sistemática; pone de relieve aspectos concretos que pinta con mayor eficacia que las demás novelas: el cambio turbador, la discriminación racial, el efecto asesino del petróleo y el impacto de la crisis económica; es, por último, la primera, y  sigue siendo la más importante, novela petrolera de autor venezolano. Remolino (1940), de Ramón Carrera Obando, sólo publicada en forma incompleta, constituye la primera ubicación del tema petrolero en el Oriente del país; destaca el carácter abusivo de la explotación saqueadora de los yanquis en combinación con sus cómplices nacionales, entre los cuales se encuentra el inspector de hidrocarburos; subraya el efecto violento del cambio ambiental perturbador, sin idealizar la etapa prepetrolera; pone de relieve la adquisición dolosa e impositiva de tierras por la Compañía; y por su tema centrado en el ambiente del petróleo, de haberse publicado completa hubiera sido la tercera novela petrolera en orden cronológico y la segunda de autor venezolano.

Sobre la misma tierra (1943), de Rómulo Gallegos, se vincula poderosamente al tema del petróleo, que constituye la mitad de su cuerpo y de su sentido; tiene importancia en el desarrollo general del tópico petrolero en la novela venezolana más por claros señalamientos y planteamientos ideológicos que hace –en una actitud interpretativa– que por la captación poco profunda de ambientes; esos planteamientos son: la instalación de las Compañías se basa en los manejos dolosos de los intermediarios y los abogados; se establece una injusticia discriminatoria en materia de salarios para extranjeros y nacionales; hay un país petrolero dentro del país Venezuela; la maquinaria petrolera se maneja desde Wall Street; puede darse el caso del petrolero yanqui “bueno”; será siempre discutible si los beneficios económicos del petróleo compensan de los males económicos y espirituales que ha producido; es inadmisible que coexistan sobre la misma tierra la riqueza ajena y la miseria propia. Clamor campesino (1944), de Julián Padrón, es ejemplo de la alusión incidental al asunto petrolero en novela posterior a la primera petrolera, y dirigida al desarrollo de un tema esencialmente ajeno a los ambientes del petróleo; en ella se toca sobre todo lo relativo al éxodo campesino y a los males económicos y morales ocasionados por la nueva industria. La casa de los Abila (1946), de José Rafael Pocaterra, es otra novela exponente de esa incidencia, en este caso sólo como elemento significativo para el desarrollo argumental: Juan entra en perspectivas de vender sus tierras petroleras al comprador yanqui, para consolidar su poder económico y modificar su destino. Guachimanes (1954), de Gabriel Bracho Montiel, añade un nombre a la corta lista de las novelas petroleras, en una dinámica visión, nacida de la experiencia, de la vida en un campo petrolero en los años que rodean la desaparición del dictador Gómez; la obra afianza la tradición antiimperialista; enfatiza la complicidad oficial: “todos son guachimanes”; presenta el surgimiento del espíritu de clase entre los trabajadores; crea la imagen de bases más convincentes del petrolero yanqui “bueno”; destaca la marcha del aparato imperialista en sus diversos engranajes; revela poco conocidos procedimientos del abuso de las Compañías y el robo al fisco; muestra con acierto el desarrollo progresivo de un proceso de rebeldía; y logra atinadas pinturas ambientales, a pesar de su desajuste estilístico y estructural.

Casandra (1957) de Ramón Díaz Sánchez, es continuación de Mene, y en ella aspira el autor a decir sobre el petróleo todo lo que considera que faltó en la primera novela y todo lo que al respecto ha aprendido desde entonces; así esta obra se hace artificiosa y pesada, con el lastre de eruditos discursos y pretendidas sutiles interpretaciones; el personaje central resulta fallido por completo, y se desvanece, por superficial y fabricado, el símbolo principal de la loca Casandra; apenas se añaden algunas ideas significativas sobre la base ya dada por Mene y, a fin de cuentas, sólo quedan ciertas sugerencias ambientales y fragmentos acertados –como excepción dentro del estilo desajustado– de la descripción de las violentas manifestaciones populares a la muerte de Gómez. Los Riberas (1957), de Mario Briceño Iragorry, no representa una mera alusión al gran tema; sin inspirarse propiamente en lo petrolero, el intento de enfoque general de la vida de la burguesía venezolana en un vasto período de la historia de los últimos años lleva a permanentes referencias a este decisivo factor económico y político; con gran fuerza se presentan aspectos esenciales del tema, a partir de una actitud claramente antiimperialista: los negocios sucios de las empresas; los múltiples cómplices nacionales, destacando los de las más altas esferas gubernamentales; el fácil enriquecimiento de los intermediarios; la nueva oligarquía del petróleo; los múltiples y desastrosos males morales ocasionados por la locura petrolera al país, nunca compensados por los beneficios económicos producidos.

Campo Sur (1960), de Efraín Subero, es un esbozo de novela petrolera, y sin sacarlo de esta condición potencial cabe señalar que está centrado en la captación directa de un ambiente vivido por el autor, ambiente que se hace notablemente tangible en el breve número de páginas: los campos separados para extranjeros y nacionales; las poblaciones típicas; los desajustes morales, humanos y económicos; los peligros del trabajo; la limitación de las esperanzas; en su brevedad, se trata tal vez del único intento de reflejo de ambientes petroleros de nuestros días. Talud derrumbado (1961), de Arturo Croce, es otro ejemplo de la presencia incidental del tema, aquí dirigido a poner de relieve la atracción engañosa del petróleo como fuente de beneficios económicos para el trabajador, y como causa de un perjudicial éxodo campesino. Oficina No 1 (1961), de Miguel Otero Silva, da remate al itinerario seguido, agregando otro nombre al reducido conjunto de las novelas petroleras; es fundamentalmente, y fuera de las aspiraciones de creación de caracteres del autor, la historia de un pozo, un campo y un poblado petrolero en la sabana oriental de Guanipa; interesan más los personajes secundarios que los principales y es esa colectividad lo que queda como logro efectivo; el titubeo en la actitud antiimperialista y la ingenua idealización del petrolero yanqui “bueno” restan solidez ideológica a la obra; sólo sobresale tal vez como novedoso el interesante, pero truncado artificiosamente, proceso de gestación sindical; a pesar de su unidad estilística, la novela es muestra del sacrificio de un asunto de verdaderas condiciones novelescas. 2 El panorama temático que comprenden estas novelas se proyecta sobre un amplio período histórico en cuanto a la ubicación de la acción.

En primer lugar, en período previo a la explotación petrolera comercial se ubican las tramas de Elvia, la de mayor antigüedad: a fines del gobierno de Joaquín Crespo, hacia 1897; y de Lilia, al término del régimen de Cipriano Castro, hacia 1907. Inmediatamente viene la larga y oscura etapa de la dictadura de Juan Vicente Gómez, época de la entrega total del subsuelo a los petroleros extranjeros; período de los “pioneros”, de la iniciación de la explotación en escala comercial y de la definitiva instalación –e instauración– de las Compañías.

A esta etapa se refieren, o circunscriben su acción a ella, todas las restantes novelas, excepto dos, repartidas de este modo: primeros años de la explotación petrolera comercial, hacia 1916-18:Tierra del sol amada, La casa de los Abila, parte de Mene, parte de Sobre la misma tierra, parte de Los Riberas; década de 1920-30: Mancha de aceite, parte de Mene, La bella y la fiera, parte de Sobre la misma tierra, parte de Los Riberas, Remolino; de 1930 a 1935: Odisea de tierra firme, Cubagua, El señor Rasvel, parte de Sobre la misma tierra, parte de Los Riberas,Talud derrumbado, parte de Oficina No 1; centradas en 1935, año de la muerte del tirano: Guachimanes, Casandra. En el período siguiente, correspondiente al régimen del general Eleazar López Contreras: parte de Sobre la misma tierra, parte de Los Riberas, parte de Oficina No 1. Ya en el gobierno democrático del general Isaías Medina Angarita: parte de Sobre la misma tierra, Clamor campesino, parte de Los Riberas, parte de Oficina No 1. En períodos posteriores, más cercanos a nuestros días: Campo Sur, en 1956.

Claramente se observa que la mayoría de las obras reconstruyen etapas pretéritas concentradas en la época “heroica” de los pioneros de los turbulentos comienzos. Sin duda en esto interviene el especial atractivo literario de esos años confusos y agitados, así como la edad de los autores, cuya más dramática e indeleble impresión del petróleo se refiere a esa etapa. Aunque es evidente que hay que añadir como elemento de no poco peso el carácter esencialmente comprometedor –en los más amplios políticos y económicos sentidos– de cualquier reflejo de situaciones petroleras muy cercanas en el tiempo; compromiso que decrece en forma sensible con respecto a un período pasado, cerrado en el tiempo –al menos teóricamente–, criticado hasta por los “abogados” menos apasiona dos, o más inteligentes, de las Compañías, y donde a muchas cosas vergonzantes podría fabricársele explicación en nombre de la confusión y la débil experiencia que acompaña a toda iniciación.

Son excepciones –todas circunscritas a casos de experiencias directas de los autores– las obras que reflejan épocas próximas al novelista y la edición del libro: Mancha de aceite, en parte Mene, Campo Sur. Además, como problema específico dentro de ese significado vivencial y de fresca actualidad, están novelas como Guachimanes y Casandra –tal vez alguna otra–, que recogen experiencias del autor pero que son noveladas, y sobre todo publicadas, tardíamente. En definitiva: una numerosa concentración en momentos y aspectos de la etapa gomecista; y una gran ausencia: la cercana actualidad, con la limitada excepción de Campo Sur. 3 Se desprende de la trayectoria evolutiva trazada a lo largo de las novelas consideradas, un desarrollo gradual del tema, que va de la breve mención contenida en Lilia hasta la aparición, veinticinco años después, de las primeras novelas petroleras propiamente dichas. (Temas ULA)

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