La ética del lenguaje


¿Por qué esta manía de maltratar con las palabras? Ofensas, insultos, burlas: las formas de agresión verbal son innumerables. El resultado es un campo de batalla cubierto de "heridos por el lenguaje". Es decir, seres fulminados por la aspereza de ciertas frases.Son almas en pena que llevan ciertas palabras clavadas en el corazón, y la escena en las que fueron lanzadas rondándoles en la cabeza.

Lo curioso es que la víctima no desperdiciará luego la oportunidad de convertirse a su vez en verdugo. El blanco de sus ataques será, por lo general, un hijo, un padre, una esposa, un colega etc. Con ellos utilizará 'frases-guillotina' como las que causaron su dolor.  Pero con la diferencia de que luego borrará de su mente que algún día las pronunció.

Alguien debería ayudarnos a poner orden a este caos, y apareció un filósofo que también es docente. Se llama Michel Lacroix, es francés, 64 años, profesor universitario y gran conversador. Ha escrito, entre otros, 'El culto a la emoción' (Flammarion, 2001) y 'Realizarse' (Robert Laffont, 2009).

El año pasado publicó 'Palabras tóxicas, palabras benevolentes, inspirado por el libro “una ética del lenguaje deRobert Laffont,

Una de las cosas de mayor agrado al final y al comienzo del año, es la belleza poética de los mensajes que recibimos porque nos invitan a darle gracias a Dios por la vida y a vivir con optimismo para qué nunca nos falte un sueño por realizar, algo por aprender, un lugar donde ir y alguien a quien querer.

La belleza poética es el alto poder de incidencia que tienen las palabras para despertar la sensibilidad y la reflexión en el comportamiento humano. Una palabra de afecto es una ventana a la convivencia; pero una palabra ofensiva es una daga al desafío, y si no se tiene el don de la paciencia, la respuesta será con agresividad. 

La convivencia comienza con la ética del lenguaje. El profesor francés, Michel Lacroix, clasifica las palabras en dos categorías: tóxicas y benevolentes. Las palabras tóxicas son las ofensivas, burlescas, las que hieren con mordacidad, y  él que está herido espera la oportunidad de convertirse en verdugo y busca a alguien para lanzar sus ataques verbales. En cambio, las palabras benevolentes, son respetuosas, edificantes y suscitan la armonía en las relaciones humanas.

El profesor Michel Lacroix establece 8 reglas de la ética del lenguaje: “Mi palabra debe ser cordial: debo saludar, despedirme, dar las gracias. Mi palabra debe ser amable: debo dejar en el aire una suerte de puntos suspensivos para que el otro se exprese; no debo ridiculizar a nadie. Mi palabra debe ser positiva: debo ser una fuente de inspiración para los demás. Mi palabra debe ser respetuosa de los ausentes: debo evitar el encadenamiento incesante de juicios sobre los demás, como si la conversación fuera un tribunal virtual. Mi palabra debe ser tolerante: debo exponer mi punto de vista de manera no violenta y escuchar las opiniones distintas a la mía; la buena voluntad de discutir y escuchar es el fundamento de la democracia. Mi palabra debe ser guardiana del mundo: debo mostrar admiración por los que me rodea, el mundo natural y el social. Es mejor el exceso de admiración  que el exceso de desprecio. Mi palabra debe ser responsable: debo hablar bien mi lengua materna, emplear la palabra precisa, respetar la gramática y la pronunciación. Mi palabra debe ser verdadera: debo evitar la mentira, los eufemismos hipócritas y las exageraciones injustas”.

Estas reglas deben ser un manual para los ciudadanos del mundo, y en especial para los funcionarios de las diferentes instituciones oficiales y privadas del país. Quien practica la ética del lenguaje tiene la posibilidad de convertirse en agente asertivo de la convivencia ciudadana, y por ende, también será garantía para que los funcionarios cumplan con responsabilidad sus deberes.  

La ética del lenguaje es una de las claves del éxito de la convivencia ciudadana. Las palabras tienen alto poder de incidencia en la diversidad del comportamiento humano. ... En cambio, las palabras benevolentes, son respetuosas, edificantes y suscitan la armonía en las relaciones humanas

Para poder aplicar todo esto es imperante conocer sobre los tipos de lenguaje, pues son a través de estos en que nos vamos a comunicar. En esta ocasión vamos a reseñar tan solo tres: el lenguaje oral: es el que aprendemos desde niños, el lenguaje escrito; el que empezamos a conocer cuando llegamos a la escuela y el lenguaje icónico, ese que vamos comprendiendo a medida que crecemos y aprendemos. Para este estudio en particular esos los tres tipos de lenguaje que nos interesa.

El lenguaje escrito es el uso de signos (símbolos) para expresar las ideas humanas. La ortografía es una tecnología de comunicación, creada y desarrollada históricamente por la sociedad humana, y consiste básicamente en el registro de marcas en un soporte. Las herramientas utilizadas para la escritura y los medios en los que se registra pueden ser, en principio, infinitos.

Junto con la voz y el habla, es el medio fundamental de comunicación humana, que permite a la persona expresar y comprender los signos y símbolos culturales, ese es el lenguaje oral. La adquisición del lenguaje oral se concibe como el desarrollo de la capacidad de comunicarse verbal y lingüísticamente mediante la conversación en una situación determinada y con respecto a un contexto y un espacio temporal determinados. En su sentido más amplio, el lenguaje oral puede describirse como la capacidad de comprender y utilizar símbolos verbales como forma de comunicación; o puede definirse como un sistema estructurado de símbolos que cataloga objetos, relaciones y acontecimientos dentro de una cultura. Como lenguaje de comunicación más específico, se afirma que es un código comprendido por todos los miembros de la comunidad lingüística.

El lenguaje icónico se puede definir como una representación visual y discursiva que busca transmitir algún mensaje a través de la imagen. Además, es una expresión limitada porque generalmente el símbolo suele tener un significado único.

El propósito del lenguaje icónico es representar la realidad mediante imágenes, las cuales deben tener connotaciones específicas para que los individuos las reconozcan al instante. De tal manera se observa que este discurso se define como un registro de signos sistemáticos.

Ocho reglas del lenguaje (MIchel Lacroix)

1. Mi palabra debe ser cordial: Debo saludar, despedirme, dar las gracias.

2. Mi palabra debe ser amable: Debo dejar en el aire una suerte de puntos suspensivos para que el otro se exprese; no debo ridiculizar a nadie en público.

3. Mi palabra debe ser positiva: Debo ser una fuente de inspiración para los demás.

4. Mi palabra debe ser respetuosa de los ausentes: Debo evitar el encadenamiento incesante de juicios sobre los demás, como si la conversación fuera una tribuna virtual.

5. Mi palabra debe ser tolerante: Debo exponer mi punto de vista de manera no violenta, escuchar las opiniones distintas a la mía; la buena voluntad de discutir y escuchar es el fundamento de la democracia.

6. Mi palabra debe ser la guardiana del mundo: Debo mostrar admiración por lo que me rodea, el mundo natural y el social. Es mejor el exceso de admiración que el exceso de desprecio.

7. Mi palabra debe ser responsable del lenguaje: Debo hablar bien mi lengua materna, emplear la palabra exacta, respetar la gramática y la pronunciación, tratar de expresarme con elegancia y refinamiento.

8. Mi palabra debe ser verdadera: Debo evitar la mentira, los eufemismos hipócritas y las exageraciones injustas.

José Atuesta Mindiola/ Jogly Valero

 


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